Corderitos: Sobre mi frente un mechón de cabellos dorados. Oro plácido o cobre acallado que diría el poeta, que son solo cabellos finos que me recuerdan esas fieras, ahora mansas, del pasado.
Daguerrotipo: A lo lejos, un pájaro negro bate inmóvil sus alas. Lejos, muy lejos.
Declaración de intenciones: Sí, puedo decir que he vivido, que el ayer ya es solo ayer -No, no me digas que me quieres. Si no me ofreces un ahora, ya qué importa- y el mañana es abstracto.
Tibiezas: En este remanso en el que me encuentro, hinco ahora mi rodilla fuerte y vierto el amor y el odio y la alegría y la tristeza y el blanco y el negro en las aguas serenas y claras del río manriquense.
Pregunta(s)-trampa: La montaña está verde, parece un dragón dormido. Yo estoy desnuda, ¿podéis verme? Y si es así, ¿qué veis en mí?, ¿mi sexo, mi melena todavía rebelde?
Ayudita cinéfila: El secreto de sus ojos
Desmontando expectativas: Quizá alguien confundiera mi estrella, que mi destino fuera brillar…
Autoafirmación: …pero no necesito ser estrella para habitar firmamento alguno más que el que me ofrece mi propio ser.
Cuántas veces me lo han dicho: Eres un cielo.
Y cuántas veces erraron: No, yo soy LA ESTRELLA.
Ana
De pequeño, las noches de luna llena, me retiraba a mi habitación muy temprano, mucho antes de que el astro iluminara la noche, y permanecía allí, sujeto a la cama, atado con correas a los soportes de madera
Esperaba que la luz se fuera apropiando del espacio y entonces notaba como el vello se me erizaba y sentía un desasosiego que me impulsaba a arañarme, a rasgarme la piel hasta que la sangre brotara, algo que hubiera llevado a cabo de no haber tenido la precaución de amarrarme a los travesaños de la cama. Tal era la sensación que recorría mi cuerpo. Pasaba la noche, maldiciendo, tratando de liberarme, aullando como un loco. Así que, cuando veía acercarse la fecha, el terror recorría mi cuerpo.
Nunca me atreví a mirarme al espejo, lo escondía nada más entrar. Temía descubrirme transformado, convertido en una horrible criatura, en una fiera irreconocible.
Una noche, puede romper las correas y deambular por la casa destrozando todo lo que encontraba a mi paso, estaba como loco. Recuerdo los gritos de pánico, los gemidos de terror de mi mujer, sus súplicas que yo no atendía. No lo he podido olvidar. Después de esos terribles sucesos, nunca más volvieron a repetirse esos momentos en los que mi personalidad se transformaba.
Sin embargo, cuando me llegó esta carta, la del Arcano mayor, al ver la luna que me había correspondido, el subconsciente me trasladó a la magia dolorosa de esos momentos, de esa temida noche. Sentí un escalofrió.
Llamé a mi hija y le pedí que me atara, que se alejara y me dejara solo, que huyera. Me miró alarmada. Pero yo sabía que si no se me obedecía, de nuevo esos lejanos recuerdos que vagamente reposaban en mi memoria, los gritos de dolor, los sucesos de aquella espantosa noche, que ella por fortuna no pudo contemplar, podrían repetirse, llenándonos de dolor.
Enrique
Fuerza, eso es lo ke tenemos dentro del ombligo, solo hace falta frotarlo bien, y sale!
Elena
El chico espera sentado en el suelo mientras a su madre le tira las cartas ella, la gitana. Su madre es adicta al tarot. No toma ninguna decisión sin haberse acercado antes al Blue para que le tiren las cartas. La pitonisa es gitana, una gitana canónica, tal como nos imaginamos a una gitana cuando oimos esa palabra. No es preciso describirla, todos tenemos esa imagen en la cabeza, bueno, un poco de descripción tampoco sobra. Morena, de un negro de ala de cuervo, la tez también negra y los ojos oscuros y profundos, con una buena capa de kohl. Boca pintada de rojo fuerte, brillante. Manos huesudas, largas y nervioses. Manos que tratan a las cartas con delicadeza, con maestría, pero no esta vez. El niño ve como de la mesa cae una carta y nadie se ha dado cuenta. Cae como una pluma que se desprende de una almohada. Como flotando en el agua. Como si no tuviera peso. Cae a sus pies, de bruces entre sus dos piececitos calzados con sandalias de cuero trenzado.
El niño mira hacia arriba, a la mesa. Su madre y la gitana van a lo suyo. No se han dado cuenta del vuelo de la carta que ahora esta en el suelo, de bruces, entre las sandalias de cuero trenzado. La gira y ve unas figuritas que le gustan, un leon con cara de tonto, una vaca, un pájaro raro y un señor con alas y en medio su mamá bailando desnuda.
Se levanta con la carta en la mano y la pone sobre la mesa donde hay otras tres. La pone al lado. En una hay un señor cabeza abajo, en otra una luna y en la tercera un viejo con un farol. A él la que le gusta es la suya, la del león con cara de tonto. Su mamá está llorando no le gusta lo que le dice la gitana pero cuando ve su carta se pone contenta y grita:
-Willi, trae una cocacola para el niño y un margarita para mi.
-Mamá,¿ me puedo quedar mi carta? –pregunta mientras sorbe ruidosamente por una caña.
Albert
Siguiendo el camino de la tenue luz del farolillo.
Lentamente, cansado, avanza el ermitaño.
Llegará a algún lugar en el que descansar, él no lo sabe
Y sigue andando, apoyado sobre el bastón firme y duro.
Encontrándose, a cada paso, consigo mismo.
Esperando, a cada paso, encontrar a otro caminante en dirección contraria.
Teresa
OH, MI HIEROFANTE
No me importas tú. Ni tu capa, ni tu mitra, ni tu manto.
No me impresiona tu presencia absoluta en el arcano.
No me asusta tu poder ni tu pelo blanco.
Me gustan las manos. La tuyas:
La izquierda, la sabia, la que sostiene la cruz de oro, la que está enguantada para protegerse de ideas y tesoros.
La derecha, la ejecutora desnuda que regala paz y bendiciones con su mudra.
Me gustan las manos. Las otras:
La que pide clamando tu misericordia hacia alturas, la que para ti sólo es mano, porque quien la posee no importa.
La de abajo, la que apunta al suelo, la que está agazapada, preparada para levantarte las faldas y tirar de tu manta.
Oh, mi hierofante. Yo me pido esa.
Carme